El otro día volví a ver La niebla, la escalofriante película de Frank Darabont basada en un texto de Stephen King, y de nuevo me quedaba grabada la desolación de su final. Me recorre un escalofrío cuando me acuerdo de ella, una sensación de la que en su 60% tiene la culpa un tema de Dead Can Dance, The Host of Seraphim.
El cine, el gran medio de la súper emoción, no sería lo mismo sin la música. A veces es sólo un pequeño acompañamiento, un apoyo de sus momentos más alegres, más tristes o más épicos; pero sobre todo una manera de explicar muchas cosas gracias principalmente a ese Main Theme que señala que es lo verdaderamente importante dentro de su maremágnum de imágenes.
Tengo especial adoración por el trabajo de un compositor, el polaco Zbigniew Preisner, que apoyó con unas melodías fantásticas las películas de su gran amigo Kieslowski. La doble vida de Verónica era un verdadero canto a la vida, pero sus temas principales para Tres colores fueron la constatación de su genio. Azul, sobre una mujer enfrentada a la muerte de su marido, tenía el Primer Movimiento para una sinfonía inacabada; Blanco, sobre el desamor, era un tango; mientras que Rojo, sobre una historia que se repite, era un bolero. ¿Es o no la música la mejor manera de explicar muchas cosas?
Una pequeña melodía de flauta nos prepara para la más melancólica de las experiencias; o el piano minimalista de Satie, sus Gymnopedies, que tan bien utilizó Woody Allen en la genial Otra Mujer, o la clasicista El velo pintado, puede traer recuerdos llenos de emoción. Los chillidos de violín, nos enseñó Bernard Herrman, son lo mejor para meter el miedo en el cuerpo; y el viento metal le viene como anillo al dedo a la épica –cuánto han bebido Miklos Rozsa, John Williams o Hans Zimmer de autores como Holst y uno de sus Planetas: Marte, el Dios de la guerra-.
Siempre he pensado que los verdaderos aficionados al cine, tienen muchas papeletas de ser unos más que decentes melómanos. Si ves Ascensor para el cadalso, no puedes evitar caer en la trampa de adquirir tan genial banda sonora de Miles Davis, y a partir de ahí, ir ampliando tu acercamiento al jazz. O si contemplas 2001, puedes descubrir las enigmáticas variaciones de Ligeti y conocer mejor autores más complejos dentro de la llamada música clásica.
La música es un elemento mágico que sabe redoblar el efecto de muchas escenas o, en muchos casos, intentar ocultar la incompetencia de los que dirigen. ¿Será por eso que los mejores cineastas son los que pueden hacer buen cine sin necesitarlo? Piénsalo bien: la próxima vez que veas una buena escena, intenta quitarle el sonido. A ver si lo resiste…
… es que un cinéfilo, más por devoción que por obligación, ha de ser melómano… está en la propia naturaleza del séptimo arte, ya desde la proyección películas mudas con ambientación musical 'en vivo y en directo'…
Y en estos tiempos de penosa mediocridad artística e inexistencia de gusto & estilo, sólo quedan los clásicos… el cine, como tal, languidece desde los años 70, fruto de una industria que fue perdiendo los últimos reductos de creatividad, elegancia, e inteligencia, cautiva de masas ávidas de impactos audiovisuales de fácil digestión, la cultura del home-video-home, y la producción 'cash & carry'… sí, la cinefilia melomaníaca se ha tenido que reconvertir en acomodado rehén del 'subsector independiente' y la 'industria europea', sin demasiado éxito… qué pena…
Por eso ayer, en homenaje a aquel brillante e irrepetible tándem Edwards-Mancini [ampliable a Carrere-Mercer], no hubo más remedio que 'tirar' de clásico y disfrutar, otra vez, de otro de sus deliciosos 'guiones musicalizados'…
Gracias por seguir ahí, 'ex-compi' [EC], todo un placer leerte…
Muchas gracias por tus sabias palabras. Un abrazo