Te acercas al cine a ver lo nuevo de Spielberg con ilusión. Piensas en dos elementos: la apasionante Primera Guerra Mundial y la honestidad de un caballo. Y, claro, deseas con fervor que sea un nuevo clásico. Una historia inmarcesible de honor y bondad. pero sin perder de vista que seguramente el final esté un poco pasado de rosca, que si no, no cuadra con el poderoso cineasta. 


Aunque soñar es bonito, la realidad es otra. La primera media hora de película te invita a perder toda la fe en la historia. Los diálogos no tardan en demostrar su sonrojante infantilismo y el actor principal, el que se rinde a la majestuosidad del protagonista equino, es de una parquedad expresiva evidente. Spielberg piensa en John Ford en estos momentos, pero le falta un guión que respalde sus intenciones.


El tratamiento fotográfico de Janusz Kaminski es especialmente llamativo. Al principio parece cargar las tintas con esa exhacerbación del color para dar un tono inocente e idílico. Pero no. Es la historia -edulcorando en exceso el comienzo, desnaturalizando tantos momentos- la que no sabe estar a la altura de esta apuesta lumínica en la que progresivamente, con ayuda de una atmósfera cada vez más oscura y dramática, se hace evidente la presencia aterradora de la guerra.

War Horse posee dos historias de supervivencia y la que gana por amplia mayoría es la del caballo -¿será porque no hay diálogo que la estropee?-.  Es ahí donde Spielberg demuestra que rueda como nadie, porque es imposible no rendirse a la épica de ese caballo avanzando por las trincheras con las bombas al fondo, encarando el tanque, moviéndose con rabia entre las alambradas; imposible no emocionarse con el lirismo de la entrega y sacrificio ante la lenta agonía de otro compañero de fatigas.


La película quiere recuperar estos viejos valores de honorabilidad, de sentido de la amistad… pero olvida dar cancha a una mirada moderna. La que sí contiene, por ejemplo, otra cinta con el mismo propósito, Master & Commander, en la que el médico interpretado por Bettany mira con ironía al capitán Aubrey cuando éste cuenta la paternalista historia de Lord Nelson ofrecienciendo su capa a un necesitado.


Nos quedamos con las ganas de una gran historia vertebrada en torno a este caballo que de mano en mano va, algo así como el violín rojo de la cinta del mismo título. Solo que aquí la excusa para ese viaje es el único aliciente. Poco para esas dos horas y media de duración en las que queda patente que por culpa de la guerra nos convertimos en animales y a la vez quisiéramos ser como ellos.

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