Mi padre se ha enterado y le ha dado un pasmo.

-Que no papá, que no. Que no me he vuelto marxista a la manera de Karl -en todo caso, no se lo contaría…-, sino a la de Groucho, Harpo y Chico.

Creo que se ha quedado más tranquilo. No me extraña. Fue él quien me inició en sus películas. Bueno, él y esas sesiones de sábado por la tarde cuando sólo había dos canales y -¡milagro!- en los dos había cosas que ver. Recuerdo que una temporada les dedicaron un ciclo. Todavía babeo. Ya estuvieran en Casablanca, en el oeste o en el circo, su humor absurdo me hacía reír a carcajadas

Por más que pase el tiempo, no dejan de hacerme gracia, si bien es cierto que con la llegada del vídeo les fui un poco infiel. Lo confieso: cuando llegaban los melosos números musicales de la historia paralela a la suya cogía el mando y me volvía implacable. La cinta que más sufrió este desgaste fue Una noche en la ópera, pero es que hay que reconocer que la historia de los dos amorosos cantantes de ópera era un tanto insoportable.

Aun así no dejé de ver sus películas una y otra vez. Tanto las revisitaba que cuando surgía una situación parecida a la que vivían los Marx, no dudaba en soltar alguna de sus frases. La gente me miraba raro porque no entendían a cuénto de qué venía el supuesto chiste. Si había alguién un tanto chungo me acordaba de aquello de Un día en las carreras: “menudo tutti-frutti está usted hecho”. Si abrazaba a alguien muy fuerte le decía :“Como te siga abranzando así me voy a salir por la espalda”. O si alguien me invitaba, no dudaba en decir: “Está bien, le sacaremos el jugo a la empresa”. Y así tantas más.

Había unos momentos especialmente deliciosos cuando la actriz Margaret Dumont, que hacía siempre de señora ricachona, era camelada por Groucho. Siempre intentaba llevársela a su terreno para mantener su trabajo o conseguir dinero para la empresa de sus amigos. Los tres le hacían tantas perrerías dentro y fuera de la pantalla que todavía me resulta milagroso que esta señora siguiera con ellos. Aunque, ¿quién hubiese sido tan fiel a ella como lo fueron los Marx?

También me divertían mucho los momentos de humor un tanto infantil de Harpo y Chico, siempre intentando ganarse las habichuelas a base de aprovecharse de los demás, por lo general, las empresas de Groucho. Harpo me resultaba desternillante en Sopa de ganso cuando metía los pies en el tanque de limonada del que le había quemado su puesto de palomitas; o, sobre todo, en la escena del espejo falso en la que se disfraza de Groucho con camisón hasta los pies e intentaba imitar todos sus gestos.

El humor de los Marx era el triunfo de lo sencillo. La risa surgida ante situaciones adversas. El disfrute de sus pequeños chistes con los dobles sentidos lingüísticos -qué difíciles de traducir, y aun así qué bien doblados estaban-. Por eso, cuando estoy un tanto triste, pocas cosas me animan tanto –bueno, de acuerdo, con excepción de Cantando bajo la lluvia-. Volver a verlos, es regresar a una dulce infancia. Son el eterno retorno.

Entrada publicada originalmente en El Confidencial

2 thoughts on “Lo confieso, soy marxista

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