“Pero ¿la película es buena o mala?”. Muchos odian las críticas que no explican claramente si tienen que ver o no un filme. Pero si las películas debieran tratar al espectador como un ser inteligente, las críticas, ¿no deberían hacer lo mismo? ¿Es necesario ser tan reduccionista?

Los críticos que suelen triunfar son los más irrespetuosos por el trabajo de los demás, los que apuestan por calificativos pasados de rosca y lenguaje altisonante. Auténtico fast food de la información (y de eso, siendo sincera, a veces también he pecado: la maldita dictadura de Google y los links). Son el perfil perfecto para encajar en la definición que Ambrose Bierce hace del crítico: “Persona que se jacta de lo difícil que es satisfacerlo, porque nadie pretende satisfacerlo”. Sin embargo, los que desmenuzan, extraen los puntos buenos y malos, los que saben traer buenas referencias –el que habla de cine debe ser culto en otras artes–, los que hacen verdaderos poemas, tratando de trasladar al papel la atmósfera que ellos han respirado –recordemos por unos momentos la figura del desaparecido Ángel Fernández-Santos–, quedan en segundo plano.

Las críticas de una película deberían tener un inconfundible afán didáctico, de contagio de la pasión por lo que se contempla, de llamada de atención de nuestra curiosidad. Pero deberían leerse un poco por encima o después de ver la película, porque al cine se debería ir virgen. Olvídate de afiches, de trailers, de sinopsis –otro tema aparte: envenena y mucho–, saca tus propias ideas y después contrástalas. Es ahí cuando debes leer la crítica: para educar tu gusto, tu capacidad de análisis.

Pero para que esto suceda, para no tener demasiada información antes, se necesita que además del análisis haya un trabajo extra de reduccionismo. Rotten Tomatoes es el sumun del sexador de películas: tomate fresco o tomate podrido, y a partir de ahí, porcentajes. En la prensa en general dominan las estrellitas, que, a riesgo de quedarse solo en 5, dejan también sitio al punto negro. Las puntuaciones del 1 al 10 –algunas permiten los ‘y medio’– alejan al ‘sexador’ de su tragedia, pero el punto álgido de la evasión es la calificación de 0 a 100 en páginas como Metacritic.

En la crítica, como en la vida, nunca fue fácil elegir. Hay películas inconfundiblemente buenas y malas: las más agradecidas a la hora de escribir sobre ellas. Pero de la horda de cintas que llega cada año a las pantallas, hay un montón de trabajos con sus puntos a favor y en contra, y que la balanza se decline hacia si son buenas o malas depende de varios factores: filias y fobias del que contempla, su estado de ánimo, su capacidad de conmoverse hacia ciertas cosas y no otras, actores idolatrados o crucificados, y, por supuesto, las malditas expectativas.

Mirar un cuadro crítico puede ayudar a que el espectador no se encuentre perdido ante una abultada cartelera, pero la materia prima de una crítica ha de ser ante todo el respeto por la obra que se contempla, la orientación del espectador hacia los puntos a tener en cuenta, y, sobre todo, posibilitar un jugoso debate. Como una buena obra de ficción.

Intentemos ir castos y puros a esa iglesia de las superemociones, de las benditas ficciones, de las inspiradoras o aterradoras realidades. Y si nos da por hacer de improvisados sexadores, pensemos en el mejor baremo de todos: ¿Volverías a ver la película?

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