En una serie de viñetas cuyo autor no recuerdo, se mostraba a Groucho Marx resguardándose de una lluvia que traía el color a su mundo en blanco y negro. Pronto escampaba y nuestro bigotudo amigo cerraba el paraguas: solo había sido una inclemencia pasajera.

Más real que nunca. Numerosos recuerdos de cine en blanco y negro o de películas vistas en la tele de dos canales se agolpan en la cabeza. El color no era necesario entonces y tampoco ahora si nos detenemos en el cine español que se estrena estos días. Dejemos a un lado a Trueba y su decepcionante El artista y la modelo y centrémonos en la gozosa adaptación de Blancanieves que ha realizado Pablo Berger, que también tiene la osadía de ser muda. Osadía porque el proyecto tiene unos años y ya estaba en marcha mientras The Artist iba ganando adeptos por los mundos de Dios. Muchos se preguntarán que hubiera pasado de haberse estrenado la cinta de Berger antes, pero solo queda esperar que, siendo como es ya la representante española en los Oscar, el efecto de la cinta francesa no le pese.

Madres tóxicas que impiden a sus retoñas hacerse mujeres las habrá siempre, así que, se preguntaría Berger, ¿por qué no llevar el cuento a la España de los años 20? ¿por qué no situarlo, qué narices, en la España de mantilla, torero y cantaora? Y he aquí que, milagrosamente, todo va encajando ante nuestros ojos, incluso el tema de los enanos, utilizados, como sabemos, en las plazas de toros.

Blancanieves es un blanco y negro esplendoroso. El sol de Andalucía se siente en toda la cinta, pero también la oscuridad del drama, las sombras. Las más alargadas son las que proyectan maestros en el noble séptimo arte. Se palpa al Murnau de Amanecer o Nosferatu; a Ophüls, en la llegada al cortijo, en los reflejos de los cristales; al Pabst de La caja de Pandora: Maribel Verdú se convierte en una Louise Brooks por derecho propio; o, cómo no, hay espectáculo ambulante, hay enanos y venganza, por lo que Tod Browning pide paso. Le aceptamos. Es uno de los nuestros.

Blancanieves es cine mudo, pero es pura elocuencia. Palmas, guitarra española sentida, copla. Todos los elementos sonoros están utilizados con tino: enriquecen la narración y le aportan una fuerza increíble al conjunto, explicando muchos sentimientos de sus personajes, de por sí, muy bien interpretados por un reparto en el que, además de una espléndida Maribel Verdú, se cuelan Daniel Giménez Cacho, Ángela Molina o Josep María Pou.

Pocas pegas. ¿Hay diálogos que no necesitan aclaración escrita? Desde luego, pero eso muestra la comprensible puesta en escena de Berger. ¿El final llega muy suave en comparación con la fuerza que tiene el resto de la cinta? Sí, pero no por ello deja de ser delicado e inteligente. Y sí, hay ciertos elementos situados más en el ámbito de la comercialidad que de lo artístico, lo que se traducirá en una mayor afluencia en las salas.

Al igual que hizo The Artist en su momento, la cinta de Berger da que pensar: ¿A quién se le ocurrió que el cine mudo y en blanco y negro ya no era rentable? ¿Será el comienzo de una nueva etapa, en la que el 3D quede también como una lluvia pasajera? Soñar es gratis.

2 thoughts on “‘Blancanieves’: las sombras del gran cine mudo son alargadas

  1. De acuerdo. Eres más entusiasta que yo. Pero eso no te exime de proclamar algunos fallos. No escondes las pegas. Yo he oido cosas y leido otras que rozan lo sublime y el almibar en cantidades industriales.
    Tu perspectiva la veo muy equilibrada y tan bien escrita como acostumbras ¡me ha encantado la anécdota del comienzo!. Estamos más de acuerdo de lo que pudiera parecer. Y tienes razón, por muy osada que parezca la propuesta, que narices, soñar es gratis.
    En algo coincidimos, esta no es una rutinaria película más. La de Trueba no la he visto. Estuve frente a los multicines ese fin de semana
    unos diez minutos decidiendo cual de las dos veía. Y no es una decisión fácil. Aquí en provincias, hay películas que solo duran una semana. Un abrazo.

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