El otro día lo hablaba con otro cinéfilo de pro. Ya no se hace buena comedia, las historias que predominan son dramones realistas, con tintes críticos. Películas crudas, morbosas. En fin, a pocos meses de los Oscar, ya saben que es ese cine el que se lleva el gato al agua. Será por eso que Hollywood está obsesionado por ver el lado blue de la vida.
Toda esta conversación hizo que me viniese a la cabeza Los viajes de Sullivan, en la que un productor de Hollywood decidía recorrer la Norteamérica profunda buscando historias humanas que reflejasen los años de crisis tras el crack del 29. El panorama era desolador, pero al final descubría que no había nada mejor que un entretenimiento divertido y directo para poder seguir adelante con las dificultades.
Desde luego, la comedia tuvo una época dorada en la década de los 30 y los 40 gracias a la screwball comedy que se dejaba invadir por los vientos esperanzadores del New Deal de Roosevelt. Eran películas ágiles, picaronas y muy, muy divertidas. Cosas como Luna Nueva, La fiera de mi niña, Sucedió una noche o Ninotchka, así lo testificaban.
Pero ahora que nosotros estamos también inmersos en otra crisis que hace que día tras día asistamos a muchos dramas por falta de trabajo, pocos son los que se atreven a hacernos reír. El gran refugio de la carcajada se ha quedado para la animación, sobre todo gracias a Pixar. Desde luego, la última vez que recuerdo haberme reído de lo lindo delante de la gran pantalla fue con dos productos de Pixar (puede ser que mi complejo de Peter Pan también ayude a la causa): Up y Toy Story 3.
Seguro que a muchos les ocurre. En su entorno cercano tienen a gente que les gusta ir al cine a ver cosas positivas, y cuando les piden su opinión sobre qué les recomiendan la respuesta resulta difícil. Mis DVD’s de Un funeral de muerte y Pequeña Miss Sunshine echan humo, porque los de Apatow y compañía con Superfumados, Supersalidos y demás no terminan de cuajar en ese target. Tampoco las últimas cosas de Kevin Smith. El otro día quise sorprender a una de esas personas de gustos poco dramáticos con Hazme reír y casi nos echamos a llorar.
La comedia parece estar al alcance de muy pocos. Un arte difícil en una sociedad como la nuestra, tan resabida y de vuelta de todo. Sin embargo, el drama, que conecta rápido con el patio de butacas, parece ligar con la intelectualidad; y el humor, que ha de estar mucho más trabajado para conseguirlo, con el espectador de a pie. Curiosas paradojas de la vida que a veces me llevan a pensar que el consejo más acertado puede estar en las manos menos cultivadas, las de aquellos que, como los trabajadores de Los viajes de Sullivan, se divierten con una pequeña historia de animación que les hace reírse a carcajadas.