El otro día me decidí a revisar Robin Hood, príncipe de los ladrones aprovechando que se emitía en la televisión. Fue una de esas películas que en mi adolescencia me empujó a ir cada vez más al cine, a considerarlo una evasión maravillosa y poco a poco obsesionarme con otras cosas que ya estaban en mi cabeza por las sesiones de tele en blanco y negro que de pequeña había disfrutado, sentándome cada vez más y más cerca de la pantalla para así alimentar mi miopía.

El caso es que en su momento y en las veces sucesivas que me aproximé a ella, nunca fue en su versión original, así que tenía curiosidad de cómo serían realmente momentos del guión que parecían ridículos. “¡Me muero!” decía malamente el hermano de Lady Marian a Robin al comienzo de la cinta, algo que siempre me chirriaba, y claro, la cosa sonaba diferente en inglés, también en otras situaciones. Así fue como, con la tontería del V.O., me fui reconciliando con una cinta que había desdeñado posteriormente como pecado de juventud.
Kevin Costner era lento para un personaje tan jovial, tan ágil como Robin Hood, pero no pesaba al conjunto gracias a la eficacia de Kevin Reynolds, que, aunque torpón en las distancias cortas, no se defendía mal en la acción. Lo demostró en la maltratada Waterworld, y desde luego en la ayuda que le prestó a Costner en sus primeros pasos tras la cámara.
Lo que sí que queda claro es que con el paso del tiempo tiempo te das cuenta de que el personaje que rompe la pana es el de Alan Rickman. No hay quien se resista a su malo sacándose los paluegos mientras sus soldados quieren rematar con flechas de fuego a los habitantes de los bosques;  ni a la risa que despierta dentro de las murallas cuando se le escapa el héroe y lo paga con uno de los guardias, debajo del que su capa queda apresada y se enjirona cuando tira de ella; que le habla a un niño acerca de su infancia terrible. Tampoco se debe olvidar la cara de fastidio que pone cuando Robin aparece de la nada. Es excesivo, pero no te cansa: Rickman es un actorazo.
En aquellos años se notaba que en Hollywood se pensaba cada vez más en las féminas como parte de la acción y no solo como objeto de deseo. Y no porque les hubiese entrado de repente una conciencia feminista. Desde luego que no. Ahora buscaban que las espectadoras fuesen encantadas a ver esas películas de acción que en un principio les atraían más a ellos. Lady Marian es valerosa, sabe usar la espada y, lo mejor de todo, no le corresponde a ella bañarse desnuda y ser contemplada.
Es una cinta sin una tonalidad concreta, un mix de ingredientes disparatado, y, por ello precisamente, muy divertido. No olvida esa inocencia jovial de cintas clásicas como la de Errol Flynn o El halcón y la flecha con Burt Lancaster, pero sin perder cierta sensibilidad moderna: pequeños chistes (“¿Quiere que espere aquí? ¿aquí exactamente?” dirá Robin con sorna), un poco de cinismo (ese del que Harrison Ford fue adalid para Lucas y Spielberg), además de introducir los valores de la cultura árabe en manos del personaje de Morgan Freeman -muy en su sitio, como siempre-, demostrando la ignorancia de los cristianos respecto a la óptica, la canalización del agua… Todo ello sin evitar incorrecciones para cabrear a los historiadores, que si no, no es lo mismo; y sin olvidar, como en las nuevas cintas de aventuras que vinieron después, ese discursito en pro de la gran palabra: “libertad”.

Costner no supo divertirse, fue incapaz de soltarse, pero en su momento era lo que me gustaba de la cinta. Ahora son otros detalles los que me gustan. Sobre todo esa capacidad que tiene el relato de reírse de sí mismo, esa falta de solemnidad, esa ligereza que la convierte en una de aventuras con la que entretenerse sin más. Nada menos que eso.

2 thoughts on “‘Robin Hood, príncipe de los ladrones’: una reconciliación con la adolescencia

  1. ¿Pero bueno? Me había perdido tu comeback. Pues no hace tanto que la vi. Coincido en muchas cosas. El histrionismo simpático de Rickman y la ironía chulesca de Mastrantonio no terminan de casar con la extrema gravedad de Costner, por cierto ¿demasiado bien afeitado no?. Aun así es cierto que se disfruta. Un afectuoso saludo.

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *