El otro día me decidí a revisar Robin Hood, príncipe de los ladrones aprovechando que se emitía en la televisión. Fue una de esas películas que en mi adolescencia me empujó a ir cada vez más al cine, a considerarlo una evasión maravillosa y poco a poco obsesionarme con otras cosas que ya estaban en mi cabeza por las sesiones de tele en blanco y negro que de pequeña había disfrutado, sentándome cada vez más y más cerca de la pantalla para así alimentar mi miopía.
Costner no supo divertirse, fue incapaz de soltarse, pero en su momento era lo que me gustaba de la cinta. Ahora son otros detalles los que me gustan. Sobre todo esa capacidad que tiene el relato de reírse de sí mismo, esa falta de solemnidad, esa ligereza que la convierte en una de aventuras con la que entretenerse sin más. Nada menos que eso.
¿Pero bueno? Me había perdido tu comeback. Pues no hace tanto que la vi. Coincido en muchas cosas. El histrionismo simpático de Rickman y la ironía chulesca de Mastrantonio no terminan de casar con la extrema gravedad de Costner, por cierto ¿demasiado bien afeitado no?. Aun así es cierto que se disfruta. Un afectuoso saludo.
Hola V!
Pues sí, estoy de vuelta. A ver si recupero mi ritmo y de paso hago un viaje por la sala oscura.
Gracias por tu comentario y un abrazo!