-¿Te vienes a ver una de Ford?
-¿Cuál? ¿La diligencia?
-No, papá. De Harrison.
-¡Claro que sí!
Mi padre disfrutaba de sus películas: era el nuevo héroe de sonrisa torcida. Pero yo aun más, rendida como estaba a sus encantos masculinos.
La quintaesencia de la masculinidad veía un amigo mío en su personaje de Han Solo. No estoy tan convencida. Cínico, un tanto infantil –rechista como un niño cuando le llaman “piojoso”-, algo caradura y chuleta. Pues eso, que no estoy tan convencida. Pero, sea como fuere, era el “caradura” que toda fémina pondría en su vida. El tipo que querrías tener a tu lado si la cosa se ponía fea, porque a todo le echaba un par. Adoro ver sus movimientos, su agilidad, en escenas como las de los enfrentamientos en los pasillos de la Estrella de la muerte.
Es que no se puede negar que los papeles de gran destreza física eran lo suyo –algo que en el caso de Indiana Jones le hizo correr muchos percances-. Por eso quizá pensé que en su adolescencia fue una de esas estrellas atléticas de instituto con las que sueña toda chica popular. Me equivocaba. Tampoco fue un buen estudiante, así que parece que pronto se decantó por dar clases de arte dramático, donde encontró su vocación.
Pero a Hollywood rogando y con el mazo dando. O con el martillo, porque lo que empezó como bricolaje casero se terminó convirtiendo en un oficio. La carpintería le reportó ingresos mientras conseguía papeles ínfimos. Hasta debió ver en acción a Antonioni, porque, según parece –yo no he tenido tiempo de comprobarlo-, participó en su muy setentero Zabriskie Point. El caso es que elegir la profesión de Dios fue el camino para conocer a George Lucas, el impulsor de su carrera, o Ford Coppola, que le dio dos papelitos. Nunca desestimes el poder de un carpintero.
“Irlandés como persona, judío como actor”; “demócrata” en cuanto a la religión. El intérprete era de los que dejaba su sello personal en todo lo que hacía. Y es que en sus películas hay bromas a costa de la cicatriz del mentón o de su destreza en la carpintería; pero también están sus pequeñas grandes aportaciones, como la de contestar “lo sé” a una princesa Leia que le dice “te quiero”; o la de resolver con un disparo la que se presentaba como una larga escena de lucha de sable en el primer Indiana Jones. Anne Heche en la un tanto prescindible Seis días y siete noches le dirá si es uno de esos “tíos diestros”, porque su personaje tiene algo de enjundia gracias a que sabemos de lo que Harry es capaz, que si no…
Pero para películas en las que ofrece todo su potencial de seducción, hay para mi gusto sobre todo dos. Único testigo y Blade Runner. En ambas se muestra a torso descubierto a las féminas de sus amores y la tensión sexual se puede cortar con un cuchillo. ¿Quién se puede resistir a verle bailar y cantar aquello del “Don’t know much about history…“ con Sam Cooke en la radio? Yo desde luego no. Y más ahora que sé que sólo viaja en aviones que pilota él, que tiene su rancho, que simuló que estaba loco para no ir a Vietnam, que es tan difícil que haga de malo… Harrison, contigo, al fin del mundo.