Creo que los fans de Perdidos no le tienen mucho cariño. Tampoco los espectadores más cuadriculados, los que esperan que una película ponga todo de su parte; los que se declinan por tener un cine-fórum tranquilo; los que prefieren extras que se limiten a detalles más técnicos que filosófico-existencialistas. Pero, mucho ojo, que también se cuentan como enemigos acérrimos los espectadores devotos del cine clásico de Hollywood -“esos malditos finales franceses”, dice mi padre–.
Los finales abiertos han tenido siempre muchos detractores, pero siguen siendo el broche perfecto para ejercicios cinematográficos de todo pelaje. Las sagas, continuadas o no, han dejado buena constancia de la fórmula, con ejemplos tan sanos como El imperio contraataca, El Padrino II, las cintas de Bourne o los últimos Batman.
Sumen también las películas con cierto aliento histórico, perfectas para redondear la jugada, sabiendo como sabe el espectador un poco cultivado lo que se viene encima. Paisajes al fondo de una acción que se terminan metiendo en el relato. Como cuando en Soñadores una piedra lanzada por algún manifestante del Mayo del 68 parisiense rompe un cristal de la casa en la que dos hermanos y un amigo han creado su retorcida burbuja. O como cuando en Apocalipto, después de una aventura muy dramática, una familia indígena se reúne y parece que todo va a volver a su sitio, pero observamos que a esas costas americanas llegan unos hombres con ropajes brillantes y metálicos.
Pero su máximo valedor es, sin duda, el cine de autor, especialista en hacerlos muy incómodos. No sabría decir si el cine de David Lynch –con cositas como Carretera perdida-, de Godard, de Jarmusch, del recientemente desaparecido Chabrol, de Haneke –recuerden la desasosegante Cache– tiene finales abiertos o es que, en general, toda la trama es demasiado libre y eso nos despista. Pero, desde luego, sí que son abiertos y geniales los de la recientemente recuperada La Aventura, de Antonioni, y otras de él como Blow Up, donde el espectador debe entender el juego y devolver la bola; o esos finales bergmanianos que te hunden en la miseria –Persona o El Silencio-.
Ya sabéis que no hay nada como el cine para hablar de la vida misma, tan imperfecta e inconclusa, y es por eso que el final de algo puede ser el mejor de los comienzos. Me gustaría poder decir, como en ese magnífico pero indeciso final de Blade Runner, “He visto cosas que no creeríais”, y continuar, pero quizá en tiempos tan adversos ya nada es tan increíble que merezca la pena ser contado.
La hija del acomodador cambia de sala (ahora se instala aquí) pero en esas butacas que seguirán siendo un tanto añejas espera seguir contando con todos aquellos que le mostraron su cariño al interesarse por alguna de sus cinéfilas obsesiones. Os espero.
Todavía recuerdo el final de "Birdie" con ese Mathew Modine mirando a la cámara (el espectador metido en la piel de Nicholas Cage). Me encantan los finales abiertos…
La verdad que siempre es realmente bueno que dejen un margen para la imaginación del espectador…
"Segundas partes nunca fueron buenas" dicen algunos. Puede ser que tengan razón en algunos casos. Creo que esta secuela será brillante.
Mucha suerte.