Después de películas como El gran silencio, que mostraba el día a día de un monasterio cartujo en pleno siglo XXI, está cinta sobre la historia real de unos monjes trapenses en una Argelia convulsa debería ser algo así como un bálsamo para los que buscan más chicha narrativa.
Aún así, dentro del relato de unos acontecimientos que terminan volviéndose realmente trágicos, Xavier Beauvois no olvida acometer una rutina de rezos que puede desesperar al espectador que no las digiera con el mismo espíritu contemplativo y evitando prejuicios religiosos. Si así lo hace, se encontrará con una fantástica cinta en la que los actores se pierden en sus personajes, y que se disfruta especialmente en los momentos en que éstos muestran sus debilidades: gran trabajo de Olivier Rabourdin dando vida al más joven de ellos.
Y es que al igual que el asesino a sueldo que vuelve a su casa y muestra su adoración por su hija pequeña, o se encuentra con un animal malherido y lo cura, aquí la santidad necesita de pequeños tropiezos vitales para resultar real, asimilable, humanamente gris.
Resulta genial su contraposición del silencio y del ruido. Más aún cuando llega el momento impagable de la cena y ponen a todo volumen un fragmento musical de El lago de los cisnes, y esa doble intencionalidad entre dramática y triunfal que poseen otra piezas como el 2º movimiento de la 7ª sinfonía de Beethoven, que también hubiese funcionado muy bien. Sus gestos son analizados al detalle y cierto suspense antes de llegar a un final triste y poético. Magnífica cinta.