Ha sido cuidadosamente finalizada antes de que dé comienzo la Semana Santa, porque, oye, una cosa es que te pongan una de romanos (algo de lo que ya hablé aquí hace un año) y otra encontrarte con la ilustración punto por punto de esa inclinación hacia “ostras y caracoles” de aquel personaje de Olivier.
Cuatro acaba de terminar de emitir en España la primera temporada de Spartacus, la serie que nos habla con pelos y señales de lo muy erótico-festivos que eran los romanos y de su gusto por la violencia y la sangre en la arena. Vamos, nada que ver con nosotros, que solo vemos la serie por saber un poco más de la antigüedad clásica. En fin, que a pesar de ser como soy una amante de productos con más sutilezas, la he seguido semana a semana con una mezcla de amor y odio.
No apta para paladares sensibles (recordad especialmente el episodio hannibaliano en el que Spartacus es arrastrado a peleas de segunda tras pedir clemencia en la arena), es un producto del que te puedes imaginar su puesta en marcha. Productores con los ojos abiertos de par en par mientras los creadores de la serie van sumando referencias y, de paso, aluden a la serie Roma -que me gusta mucho más- y a intentar seguir su estela de éxito. Y es en esa sensación de popurrí, de producto tan prefabricado, donde Spartacus me provoca más animadversión.
Tenemos un cóctel esencialmente basado en la suma de Gladiator y 300. Por un lado quiere tener esa solemnidad del personaje de la primera, su cierta carga, digamos, metafísica, y copia descaradamente la música: ¿os suena la utilización del duduk, de una voz femenina lamentosa y hasta de una guitarra española? Por otro, la estética de la segunda, su estilización de la violencia, una imagen ocre que otorga ese cierto halo de irrealidad que hace más soportables esos baños de sangre y arena, música estilo metal, pero también esos personajes más propios del fantástico-gore -recordad el verdugo de la cinta de Zack Snyder y el gigantón con tatuajes tribales en la serie-; hasta eligieron a uno de sus actores: ese sosísimo Doctore con su cansina batida de látigo. Añadamos al binomio unas gotas de desfachatez a lo Verhoeven o, por supuesto, Tinto Brass, y la obsesión de Guy Ritchie por los golpes ralentizados y risibles.
Spartacus es un pastiche en toda regla, pero lo que me llama la atención, y lo que consigue que todavía le dedique mi tiempo, aparte, por supuesto, de esa estudiada apuesta por que la mujer no sea el único objeto de deseo -del peplum venimos y al peplum vamos-, son sus intrigas bien urdidas y, sobre todo, la curiosidad de saber hasta dónde serán capaces de llegar, si se les irá la cosa de las manos en algún momento. Después de ver la orgía de sangre del último capítulo, solo puedo decir una cosa: a esperar al año que viene.
A mí me ha pasado algo parecido. Cada semana la he visto, refunfuñando y maldiciendo (¡esas salpicaduras de sangre digital a la cámara!), jurando que esa basura no la volvería a ver. ¿El embrujo de la ultraviolencia?
En la variedad está el gusto. Pasar del cirque du soleil a Spartacus mediando Inside Job es una muestra de sano eclecticismo.Solo he visto un capítulo de esa serie, un festival de carne, sangre y sexo con estética de videojuego moderno, aderezado con frases grandilocuentes y violencia extrema. Veo que genera adicción pese a sus muchos defectos. En mi caso, solo un motivo no me hizo cambiar de canal: Lucy Lawless.Un saludo.