Mientras para Joaquín Sabina fueron las películas que acompañaron su despertar sexual en el cine en la época franquista, para tantos y tantos espectadores eran las que llenaban sus tardes y noches televisivas en época de Semana Santa. Ahora no se sigue esta costumbre tan al pie de la letra, pero lo cierto es que últimamente no nos libramos de que cadenas como TVE ofrezca por enésima vez Espartaco, o a alguna autonómica le dé por recuperar Ben-Hur, que te llena horas y horas de programación sin que te des cuenta.
La película de Stephen Boyd y Charlton Heston ocupó muchas santas horas de mi pasado, tantas que al final algunas de sus escenas venían a mi mente cada vez que había algo que me inspiraba sentimientos parecidos. Después de haber pasado por algo un tanto duro y ver a los que ahora sufrían lo mismo, me acordaba de ese momento en que Charlton Heston, tras ser rescatado de las aguas junto al oficial romano, observa a través de la trampilla a los que reman en galeras, lo que él tuvo que hacer durante unos años. O cuando alguien me había hecho la puñeta y se me ofrecía la oportunidad de resarcirme , me acordaba de la escena en que Ben-Hur se presentaba ante un muy sorprendido Messala -en un principio amigo pero que luego le arruinó la vida- como hijo adoptivo de un noble romano y le decía: “¿Conoces su sello?”, y a continuación, de forma violenta, clavaba un gran anillo en una de esas tablillas de cera.
El doblaje de Heston le hacía parecer un tanto más rudo de lo que sus exagerados gestos de por sí mostraban. Recuerdo especialmente el momento en que su voz española decía a Boyd sorprendido por su cruel actitud aquello de: “¿Lo sabías?”. El tonillo era casi cómico. Y es que en todas estas películas el doblaje acentuaba la solemnidad de los parlamentos y también cierta cursilería. Recuerdo a una Deborah Kerr de lo más ñoña en Quo Vadis, e incluso los personajes de Espartaco. En esta película todos esperabamos con devoción el momento en que los esclavos capturados empezaban a levantarse uno a uno para decir aquello de “¡yo soy Espartaco!”. En la cinta con Kerr, Robert Taylor, o en Sansón y Dalila, Victor Mature, demostraban ser esos actores imposibles para los personajes de estas épocas. Pero ahí seguían, dando el callo.
Las autonómicas han programado 300, que parece que ha abierto el camino para recuperar historias de la Grecia y Roma antigua -con permiso de Gladiator, aunque ya se queda un poco atrás- en que los hombres eran muy aguerridos y se dedicaban a exhibir su musculatura (o es eso, o he seguido demasiado de cerca a Terenci Moix y su afición al péplum).
Me enteré hace pocos días que Roma, esa serie de televisión acorde con los nuevos tiempos -sexo y crudeza a mansalva, pero, ojo, todo con una muy sana ironía y regocijo-, se llevará a la gran pantalla, con lo que nos aseguramos que la época de Julio César ya está cubierta. Mientras se prepara, en unos meses irán llegando The Eagle of the Ninth, de Kevin McDonald (director de El último rey de Escocia), que se desarrolla en el año 140.; o Centurión, que, como la anterior, se centra en la novena legión y en una época muy cercana. Me da la sensación que esta cinta empezará a consolidar la figura de Michael Fassbender, el oficial inglés de Malditos bastardos y protagonista de Hunger, todavía inédita en España.
Mientras me froto las manos con la posible recuperación de tan entretenido género, observo en la pequeña pantalla que comienza la escena de las carreras de cuádrigas de la cinta de Wyler y con esa secuencia me quedo como narcotizada, soñando que el cine que venga supere cosas así.