Todo cinéfilo tiene un problema de sobrepeso. Y no en sus carnes -que, a veces, también-, sino en sus estanterías. No en vano suele ser muy común que su afición vaya unida a un incurable Síndrome de Diógenes que le lleva a recortar afiches, guardar carteles, fotografías o posters que nunca podrá colgar en las paredes de su casa, precisamente porque ya están invadidas por las mencionadas estanterías. Y en ellas no sólo guardan películas. No. Todo cinéfilo de los de verdad deviene en un cultureta que no hace otra cosa que acumular libros y libros que en muchos casos no puede leer: ver cine le quita bastante tiempo.
Viven agobiados a causa de su gran aprensión –si no, ¿cómo iban a vivir el cine?-. Les satura estar tan rodeados de tantas cosas, pero sin embargo no pueden dejar de adquirir más y más películas que quizá no vean más de un par de veces. Con el tema de los extras tienen la mejor excusa para hacerse con tantos títulos. Y es que ¿cómo perderse entrevistas con sus protagonistas, documentales sobre su diseño, sobre su banda sonora o cortometrajes inéditos de sus directores? ¿Cómo no descubrir en el Así se hizo algunos secretos de las escenas más impactantes? ¿Cómo, en definitiva, no adquirir más y más conocimientos?
En no pocas ocasiones he podido comprobar que una conversación de dos aficionados al cine deriva en una enumeración de títulos en la que gana el que más se haya visto. Y si estos se dicen en su idioma original, mejor que mejor. Porque un cinéfilo quizá no pueda mantener una conversación en inglés, pero no fallará a la hora de hacer saber al angloparlante de turno cuáles son sus películas más preciadas. Bueno, eso en el caso de algunos porque he venido notando que en la generación de mi padre se tiende a decir JJJicok o al JJJames Estuar. Aún así su curiosidad les convirtió en verdaderas enciclopedias de cine andantes. Y eso que ellos no tenían internet con su imprescindible imdb. ¡Pobres!
Cuando se mudan es una odisea. En el suelo descansa esa película que les llevó a los bosques de Sherwood, esa otra con la que cazaron en África, y aquella en la que nunca se olvidan de ese apasionado beso de amor. También la que les hizo llorar como magdalenas por la injusticia que cometían con los protagonistas, o la que les hizo reír hasta la extenuación cuando los personajes se disfrazaban para engañar a los enemigos. Hay que cuidar esos ejemplares: son un pedazo de su ser; son los otros maestros vitales.
Parece que tienen ojos pequeños, pero no os llevéis a engaño: es la pronunciada miopía la que hace que sus lentes produzcan ese efecto. Se pasan el tiempo viendo “cosas que no creerías”, y eso termina pasando factura.
Así es un cinéfilo fatal. No tenemos solución.
Entrada publicada originalmente en El Confidencial
Qué hermoso artículo! me siento tan identificada! Hace poco me mudé y comprobé que de toda la limpieza de papeles y otras yerbas, los vhs aun me los rescaté! jajaa ya casi ni se pueden ver pero no importa, son esos primeros films que me compré y no me puedo desprender de ellos aunque ahora algunos los tenga en DVD.
Pabela, gracias por tus palabras. Un abrazo
Estupenda radiografía, suscribo cada una de tus palabras aunque creo que esa generación de cinéfilos está (estamos) destinada a desaparecer a causa de los discos duros, ebooks y demás artilugios que, si bien hacen la vida más cómoda, también le restan encanto (uff, qué carca soy). Saludos desde la gruta.