Estoy perdiendo reflejos. Lo sé. Desde hace unas semanas quiero hablar de varias películas que he visto más tarde de la cuenta y no lo hago. También de otras que he visto casi en la fecha de estreno y con las que tampoco caerá esa breva. He de hacer algo sin más dilación (¿para qué utilizar procrastinación teniendo esta palabra tan excelsa?). Allá que voy

La gran belleza es una cinta que es solo un truco, como el del mago que hace desaparecer a la jirafa y al que el  protagonista le pregunta: “¿Cómo lo has hecho?”

¿Cómo lo has hecho Paolo Sorrentino? ¿Cómo has hecho este “bla, bla, bla” magistral que por momentos te destroza?

Reconozco que tras ver la escena de la fiesta, me entraban dudas sobre las posibilidades de la película. Pero es un truco, la decoración necesaria para pintar un cuadro quizá a veces demasiado preciosista y excesivo (diré o dirán otros, mientras hemos sentido  regocijo o dolor en esos momentos).

Los estadios donjuanescos y espirituales de los que hablaba Kirkegaard en el fondo se dejan la vida intentando encontrar esa gran belleza. Sorrentino los ha querido poner en paralelo. Sor María y su experiencia mística viajan a la par que el recuerdo del gran amor del protagonista, muerta hace poco tiempo.

Ves a Toni Servillo en un momento en el que antes de contestar a una pregunta crucial gira la cabeza y te enteras de que en ese gesto está la genialidad de una interpretación. Un detalle imposible para otros intérpretes. Un momento que se va sumando a otros para formar un trabajo realmente impecable.

Por cierto, tras Terrence Malick en El árbol de la vida, Sorrentino también recurre al Requiem for my Friend de Preisner (dedicado a Kieslowski) para dar una fuerza arrolladora a una de las escenas. Me quito el sombrero.

Y por último: ¿puede haber mejor campaña publicitaria para visitar o volver a visitar Roma? Creo que no.

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