“Eres inconsolable”. Tras varios mensajes de urgente afección intercalados en una aséptica rutina sexual llega esta frase que parece dirigirse directamente al centro de la situación que nos presenta Shame, el último trabajo del solicitadísimo Michael Fassbender (Ver Michael Fassbender, un actor hacia la cumbre). Y es con él con quien se debe empezar, porque ofrece aquí una de las interpretaciones más perturbadoras que se hayan podido ver en años, totalmente ninguneada por los Oscars. Una verdadera pena.
Su Brandon Sullivan es un voraz depredador sexual que muestra sus armas desde esa contundente escena inicial en el metro, pero a la vez es un ser inseguro e huidizo del que Fassbender sabe transmitir al espectador toda su fragilidad con una cercanía increíble. Resulta fantástico cómo se entiende cada gesto, como se muestra lo que se cuece en su interior sin dejar de hacernos pensar que hay todavía hay algo desesperadamente guardado.
El más largo encuentro sexual nos devuelve a Hunger, el trabajo que puso al director de Shame, Steve McQueen en el mapa -más allá de remitirnos con su nombre a todo un icono del séptimo arte- y también en parte a Fassbender. Esa avidez, esa expresión en el rostro del actor es desgarradora: es el momento que más pudor produce; mucho más que el despreocupado y comentado desnudo del principio.
McQueen perfila la historia muchísimo. Va a lo esencial. Si en Hunger se mostraba más adusto e irregular, aquí encuentra el tono que necesita e incluso se permite licencias, como ese camarero que interrumpe en la cena. El cineasta intenta evitar los subrayados, aunque apunta sin rodeos a que si bien el protagonista se muestra como un enfermo perdido en su adicción, lo que le rodea manifiesta los mismos síntomas.
Hay en Shame. además. un juego con esos encuadres de los que el personaje parece querer escapar, empezando por el primer plano -perfecta síntesis del relato-, así como un par de travellings de acompañamiento a la carrera del personaje: simbólicos ida y vuelta a una situación imposible de digerir con su hermana, cuya historia finalmente viene a desequilibrar el tono sobrio y medido del guión, a veces, para qué negarlo, un tanto aséptico.
Es un punto que viene a desinflar esta historia narrada con ritmo hipnótico que provoca sensaciones no fáciles de digerir; un planteamiento sin respuestas, ni explicaciones, pero con una fuerza que hace que se quede contigo por un buen tiempo.