David Lean lo hizo en La hija de Ryan. En los encuentros eróticos-adúlteros de la protagonista, algo parecía agitarse en la naturaleza como símbolo externo de un interior en proceso de cambio. Los árboles, la vegetación habla -de eso también podría decir mucho el cine Terrence Malick-, y ahora lo muestra este trabajo de Pascale Ferran, la adaptación de una de las tres versiones que D. H. Lawrence realizó -sin reescribir en ninguna de las ocasiones- de su afamada novela El amante de Lady Chatterley. Basándose en la segunda, que se conoce como Lady Chatterley y el hombre de los bosques, Ferran realiza esta joya cinematográfica, una película poética y sensitiva en la que una señora de clase alta y un guardabosques inician una relación erótica en la que el deseo se convierte en una puerta al conocimiento interior, una entrada -como la verja que separa el jardín del castillo de la zona del bosque- a otro mundo en el que incluso dos personas de diferente clase pueden pensar en una vida juntos.
Para Ferran esa es la grandeza de esta versión de la novela. También el afán de mostrar un bosque en continua transformación física, con ese cambio de estaciones que tan detalladamente se plasma en la pantalla. La rugosidad de los árboles, unos polluelos que nacen, otros que echan a volar: Lady Chatterley quiere sentirse parte de la naturaleza, sentirse viva, y su deseo solo se cumplirá a través de ese enigmático velador de ese entorno, del que su primera impresión es que le “gusta su cuerpo”. Ambos actores están inmensos dando vida a esta pareja, y su progresivo desarrollo interior es tan palpable gracias a la inteligencia con la que poco a poco, sin precipitarse -para en todo momento mantener esa sensación de presente continuo-, se va mostrando cada detalle de la relación. “El arte debe revelar el instante en su pálpito”, decía D. H. Lawrence en una carta a Aldoux Huxley, y así se quiere mostrar aquí: cada mirada, cada sonido -con qué detalle está tratado- y, sobre todo, las manos, son parte esencial del desarrollo del relato.
La película va adaptando su estilo y sus recursos a las necesidades de la historia, de manera que lo que empieza siendo un relato técnicamente muy sobrio se va transformando en una creación ligeramente más libre, más cercano a la nouvelle vague de Rohmer o Truffaut– también en cuanto a su mirada moderna-, si bien nos desconcierta una voz en off que realmente no se necesita.Pero, aun así, el resultado final es fabuloso, porque Lady Chatterley conecta directamente con la sensibilidad del espectador, por lo que no cabe duda de que surjan voces discordantes que hablen de su lentitud y excesiva parsimonia. De todo tiene que haber en el mundo de la cinefilia.
Crítica publicada originalmente en El Confidencial.