Vaya por adelantado que siempre me costó conectar con el universo Almodóvar y cuando lo he conseguido ha sido en los trabajos en los que su humor surrealista está más presente o en pequeños momentos en los que demuestra la rendición de sus personajes al mundo del arte (esos momentos de emoción ante el espectáculo de Pina Bausch en Hable con ella, por ejemplo).
Con la intención de emprender nuevos caminos, el cineasta no ha dejado de desconcertar al espectador, sobre todo con cintas como La mala educación o Los abrazos rotos, que han engrosado inevitablemente las filas de sus detractores. Pero no se le puede negar es que es un autor con una mirada muy definida y una estilizada manera de mover la cámara de la que pocos pueden presumir.
Esa mirada fabulosa está en La piel que habito, otro trabajo destinado a separar al público que lo contemple. Uuna película que no podría ser elegida para coronarle en Cannes definitivamente por más que la dirección del festival se empeñase. Y digo esto porque para empezar los elementos más propiamente almodovarianos no funcionan. Esas frases con tono despectivo que tanta gracia dicen sus personajes femeninos en otras ocasiones, aquí cojean. Ese personaje estrambótico salido de la nada y disfrazado de tigre se muestra como un capricho innecesario para dar color al minimalismo del paisaje.
Ese paisaje, ese fondo resulta demasiado calculado y medido: ahora utilizo a Alice Munro, después saco de refilón a Cormac McCarthy y luego me centro en las obsesiones de Louise Bourgeois, tan a tono con la historia. De esta manera da la sensación de que estamos ante un cirujano, al estilo del protagonista, uniendo trozos de sus últimas obsesiones artísticas, sin que lleguemos a una idea realmente interesante ¿Qué queda? ¿Qué se oculta detrás de toda esa operación? ¿Qué hay de la psicología de la protagonista? ¿Cómo es su relación con su cuerpo? ¿Y que sabemos del maquiavélico doctor? Prácticamente nada.
Almodóvar nos atrapa en el esteticismo de su mirada en manos de José Luis Alcaine y reforzada con la fantástica música de Alberto Iglesias. Fascina por momentos, pero como un humo que ciega nuestros ojos para evitar que veamos que en el fondo no hay personajes por más que Antonio Banderas, Elena Anaya, Jan Cornet y Marisa Paredes hagan un esfuerzo interpretativo encomiable; que no hay una estructura firme y que sus saltos temporales son irregulares y no necesitan sobretítulos: solo restan magia.
Definitivamente, la escritura del director manchego no está a la altura de su realización. Sus libretos, sean más o menos brillantes, siempre mejoran al ser dirigidos por él y nadie podría exprimirlos mejor. Y es por eso que aunque falle el fondo, aunque no me convenza, es una película que sigo teniendo en la cabeza, que me sugiere y por eso recomiendo verla con mente abierta y con ganas de sacarle el jugo. Aunque su concepción, como la de Frankestein, sea un auténtico prodigio, pero finalmente falle el cerebro.
Simplemente, una crítica brillante. Enhorabuena por saber desgranar tan bien los fallos y las virtudes del señor Almodóvar.
Muchas gracias, querido Anónimo.