Dentro del esplendor y la infinita capacidad para dejarnos boquiabiertos de Cirque du Soleil, siempre me había llamado la atención el recargamiento en sus espectáculos, esa especie de barroquismo colorista sin fin no apto para minimalistas convencidos. En su empeño de demostrar que sus shows son algo más que circo, siempre fueron un poco más allá, y los espectadores aplaudimos entusiastas tal despliegue de medios. Pero bien es cierto que por mi parte eché muchas veces en falta menos maquillaje y brillos, más sencillez.
Ese menos es más se podía encontrar en muy buenos espectáculos en el Circo Price de Madrid: esos especiales de Navidad o verano, aquella maravillosa compañía de Vietnam, exhibiciones como las de Crece… También en ese maravilloso Rain, de Cirque Eloize. Ahora lo podemos disfrutar en Corteo, precisamente con el mismo director que en el último ejemplo: Daniele Finzi Pasca. El último show en llegar a la capital española -que no en crearse: lleva cinco años de gira por todo el mundo- es un homenaje a la fauna circense de películas como La Strada de Fellini, los Freaks de Browning, o, incluso, esa Una tarde en el circo de los Marx. Es el circo que fascinaba a los impresionistas, el que encandilaba a las almas más bohemias, el que nos hablaba de una vida errante rendida al espectáculo.
Enanos y hombres gigantes, delicadas bailarinas y musculosas trapecistas, la sencillez de una sonrisa pintada frente a la dificultad de un equilibro a varios metros de altura. Un mano a mano fantástico, un número de aros, otro de malabares, uno genial de balancín o ese otro de barras tan sorprendente. Todos los ingredientes para un buen espectáculo están ahí, pero sobre todo una serie de elementos que la gran compañía canadiense logra hacer mejor que nadie:
-Nos hace siempre mirar hacia donde hay espectáculo: sus transiciones, sus cambios de elementos sobre escena se hacen con una limpieza inaudita.
-Tienen muy en cuenta la importancia de la interacción. Casi siempre hay más de un personaje en escena: cuando uno actúa, otro mira, o ayuda, o pone el punto cómico para liberar tensión. También contribuye a la dinámica la presencia del cantante y músicos en directo, que no se limitan a quedarse en su cubículo.
-A pesar de la enorme dificultad de algunos números, el acróbata apenas lo muestra –algo que en el circo tradicional siempre fue un elemento más a sumar-. Siempre interpreta un papel, por lo que cuando termina o mientras descansa, está muy bien colocado en escena y su gesto va a ocultar su cansancio. Sus artistas son los más completos: destreza y empatía van de la mano.
A Corteo se suma, finalmente, un toque de realismo mágico. Esa comunicación entre ángeles, mortales y muertos que no terminan de marcharse que podemos ver en el cine de Fellini, pero también en el de Vittorio de Sica gracias a cosas como Milagro en Milán. Eso sin perder de vista a los más recientes Wim Wenders (El cielo sobre Berlín) y, sobre todo, a un amante de esa fanfarria aquí presente: Emir Kusturica. Un reflejo de una cultura mediterránea tan sumergida en la religión y tan llena de contrastes, en la que de un funeral puede salir una gran fiesta en cuanto ese trombón que desafina cada cierto tiempo le dé por cambiar su melodía. Si el bolsillo lo permite, no dejéis de verlo.
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