Creo que fue Robert Bresson quien afirmó que todas las películas tratan del amor o de la falta de él. Magnífico resumen utilizando un sentimiento que guía nuestra existencia. Pero si este cineasta francés viese hasta qué punto se ha desvirtuado en tantas y tantas películas, él, que tan en contra estaba del cine-espectáculo, se echaría las manos a la cabeza. Lo romántico sigue cumpliendo su función de opiáceo para féminas, una droga perfecta para proporcionar material a esas sesiones especiales para ellas que tantos conglomerados de salas cinematográficas organizan.
Por eso, que haya películas como Blue Valentine significa que hay esperanza, pues son una verdadera torta en la cara de las Madame Bovary de turno. El amor no es algo sencillo o algo que se pueda resumir en unos cuantos gestos teatrales; o sí, es algo sencillo, pero nuestras circunstancias lo complican sobremanera. Además, cuando es del bueno se hace esperar: la cinta llega a los cines españoles con dos años de retraso, algo que también ocurrió con una grande, Two Lovers.
Blue Valentine es una nueva Dos en la carretera: ambas se estructuran yendo hacia atrás y hacia delante en diferentes momentos de una pareja, si bien en esta hay más drama que encanto, pero también dos actores sin mácula: Ryan Gosling y Michelle Williams, esta última especialmente increíble. Su manera de abordar los personajes es de tal naturalidad que hace que su historia duela y fascine a partes iguales.
Como los cuentos de hadas, el cine parece ejercer de casamentera, repitiendo un mensaje que se podría resumir en: deja atrás la confusión, comprométete con alguien, establécete, ocupa tu lugar. Solo hay que ver películas como Up in the Air para entenderlo. Pero poco se habla de la erosión del amor, de cómo los compromisos que parecían fuertes se van soltando: circunstancias del pasado que enturbian un presente prometedor -brutal la manera en que se describen las relaciones familiares del personaje de Michelle Williams y cómo estas le afectan a su vida amorosa-, modus vivendi difíciles de cambiar, por más voluntad que haya para ello –los problemas con el alcohol del personaje de Gosling, que no impiden que sea un padre muy entregado-, los malditos problemas con el dinero, y otros tantos más.
Blue Valentine traza un mapa de las amenazas que se ciernen sobre una pareja, que son muchas y difíciles de controlar. Pero uno de sus mayores logros son los grises de sus personajes: nadie es bueno, nadie es malo, eso que a veces hace la vida insoportable: el terror que describe Renoir en aquello de que “todos tenemos nuestros motivos”.
El “No eres tú, soy yo”, es un, más que nunca, “somos nosotros y esta es simplemente nuestra historia”. Hacen falta más así.
Recomendación extra:
Searching for Sugar Man. Una narración es buena cuando te descubre algo que estaba ahí, pero no eras capaz de ver; cuando, como en el caso de este documental, se rescata una historia que merecía ser contada. Algo que merece ser contado, se ha de saber contar bien y es lo que se consigue aquí a la hora de hablar de este músico llamado simplemente Rodríguez, descubierto por un par de productores en Detroit, pero al que el éxito le dio la espalda. Puede que estemos ante uno de los mejores documentales sobre música vistos en la gran pantalla, aunque cosas como Let’s Get Lost, sobre Chet Baker, The Devil and Daniel Johnston o Don’t Look Back, sobre Bob Dylan, le puedan hacer seria competencia. Para juzgar si es así, no tenéis más que ver la cinta. Merecerá la pena.