Antes de acudir a ver esta cinta, se ha de tener en cuenta -si es que no se sabe ya- que Nunca me abandones se basa en una reconocidísima novela de Kazuo Ishiguro que fue elegida por la prestigiosa revista Time como la mejor de la década pasada. Sirva el dato como elemento de disuasión para todos aquellos que no quieran perderse la experiencia de acudir vírgenes a sus páginas; más si se añade que no es solo una de esas historias de amor en contextos muy herméticos que el escritor suele frecuentar –recordad la también adaptada Los restos del día en manos de la troupe de James Ivory-, sino que en su trasfondo se oculta un terrible secreto que acerca a la historia -¿o no?- al terreno de la ciencia ficción.
Si aun así la sala oscura ejerce más poder, se ha de reconocer que Nunca me abandones es ante todo una película sobria y bien facturada que viene de la mano del guionista Alex Garland -habitual de Danny Boyle y los terrenos distópicos gracias a trabajos como Sunshine, La playa o 28 días después-, y el inédito director Mark Romanek. Un ejercicio ayudado por la atracción que ejerce su joven reparto: Carey Mulligan (el descubrimiento de An Education), Keira Knightley (especializada en adaptaciones literarias gracias a Orgullo y prejuicio o Expiación) y Andrew Garfield (el nuevo Spiderman); así como el pequeño toque de veteranía ofrecido por Charlotte Rampling.
Como bien es sabido, de una buena historia no puede salir una película mala, pero sí una regular, que es lo que ocurre en este caso. El principal problema en este drama existencial proviene de ese plan oscuro que hace que los protagonistas, criados junto a otros muchos niños en una especie de orfanatos, lleven una vida corta y programada. Sin desvelar mucho más, nos encontramos ante los mismos dilemas que atormentaban a esos replicantes extra-humanos de Blade Runner, solo que esa pronta caducidad no afecta aquí de la misma manera. Al contrario: hay en ellos una incomprensible rendición a su destino, una falta de rebelión que resta enteros a la potente carga existencial del relato, por más que al final se quiera incluir algún pequeño punto de inflexión. Es demasiado tarde.
Lo que no se puede negar es que la cinta tiene en Mulligan a una fantástica protagonista, muy por encima de Knightley, gris y desdibujada. Pero poco se puede hacer cuando el relato se empeña en perder en algún instante su punto de vista y en restar profundidad a sus sentimientos. Hay un sobrecogedor dilema ético al fondo, pero falta complejidad, atención al detalle, por lo que el drama se alarga en exceso y termina resultando reiterativo. No hubieran venido nada mal unas gotas de humor para aflojar un poco la historia, pero quizá era demasiado pedir para unos seres que director y guionista parecen empeñados en deshumanizar.