“Y el protagonista, al final, se muere”. Cuántas películas destrozadas, inocentemente o no, con esta sencilla frase. También con la de “es que está muerto”, en esas cintas con esas vuelcas de tuerca finales que tantos enteros les hacían ganar. Pero hay casos en los que la muerte es un problema que se resuelve desde los primeros compases del relato, de hecho, el que lo sufre, el cadáver, llega a ser el dueño de la narración. Pero, claro, no para convertirse en un tirano esperpéntico que mira a los seres como insignificantes piezas de esa maquinaria que llamamos vida. No. Más bien para dignificar la importancia de los pequeños detalles de la existencia, y cómo su fragilidad, como una pieza del cristal más delicado, la hace más valiosa.
Estos días se estrena en Estados Unidos The Lovely Bones, la nueva película de Peter Jackson después de cuatro años en blanco tras ese mastodóntico King Kong. Basada en la exitosa novela homónima de Alice Sebold –y que en España se tituló Desde mi cielo-, tiene como protagonista a una chica de 14 años salvajemente asesinada por su vecino. La joven, interpretada por Saoirse Ronan, la indiscreta hermana de Expiación, está destinada a ser nuestro ojito derecho por aquello de que si alguien se ha molestado en hablar desde el más allá, es que tiene algo importante qué decir, o también, como dijo Joe Gilles (William Holden) en El crepúsculo de los dioses: “Es curiosa la amabilidad de la gente cuando estás muerto”. La secuencia inicial con él ahogado en la piscina es antológica, y su narración desde ultratumba, una de las más eminentes del septimo arte. Así era el bueno de Wilder cuando se juntaba con Charles Brackett.
El caso es que la simpatía por el pobre diablo muerto que quiere contar su historia se ha ido perpetuando. ¿Acaso no recuerdan cómo se llevó de pasillo el patio de butacas el protagonista de American Beauty? Bueno, gracias a ese elemento y al de ser totalmente transparente a la hora de mostrarnos sus debilidades matinales. Hasta esas Mujeres desesperadas que no me terminan de conquistar consiguieron sacar partido a tan tétrico recurso. Pero, ¡ojo!, que los muertos a veces son tan egoistas como los vivos, y si no que se lo digan al que se manifiesta a través de una médium en la magistral Rashomon.
Pero algunos casos aparte, deliciosos muertos fueron Rex Harrison en El fantasma y la señora Muir, o Jennifer Jones en Jennie, romántica hasta la extenuación. Será que la muerte verdaderamente no es el final, y hasta el más incrédulo cree en los fantasmas que desfilan por la pantalla. El cine clásico los tiene a miles y ¿acaso no los adoramos con devoción?
(Artículo publicado originalmente en El Confidencial el 28 de noviembre de 2009)