Antes de que a Kenneth Brannagh le embargase más la ambición que la emoción, regaló trabajos como Los amigos de Peter, una película coral sobre una reunión en torno a un personaje con malas noticias. Siguiendo ese modelo o el de otros trabajos como el Reencuentro de Kasdan, la otra cinta clave sobre viejos amigos pasando unos días juntos, llega esta película francesa de Guillaume Canet dispuesta a meterse al público en el bolsillo con la eterna historia de asumir responsabilidades a cierta edad e ir dejando de lado esa juventud en la que todo valía.
Con muchas personas desde luego que lo conseguirá. No se puede negar sus ganas de conquistar: personajes para todos los gustos, problemáticas de índole sexual, situaciones cómicas, momento emotivo final y, como guinda, una banda sonora llena de temas golosos. Pero la suma de estos ingredientes resulta, a mi juicio, agotadora: la maldita insistencia en sobrecargar con música muchas escenas y alargar el metraje en exceso, alimentan especialmente la sensación.
El relato se muestra irritante por lo manido de sus situaciones y por lo poco que cuida a sus criaturas, tan dejadas a su suerte, tan poco redondeadas, por lo que llegados a un final pretendidamente emocionante, poco hay que hacer.
A Pequeñas mentiras sin importancia le falta garra y un poco de complejidad, a la que se apunta irregularmente con ese pequeño simbolismo de ese animal que se cuela y molesta entre las cavidades de una casa pretendidamente tranquila y estival; como aquellos que se reúnen como si nada nuevo pasara, mientras en el interior de cada uno de ellos la culpa y otros males les carcomen. Es un verano para olvidar.