Tenía pendiente desde hace semanas ir a ver el último trabajo de Enrique Urbizu, No habrá paz para los malvados, y por fín saldé mi deuda acudiendo al recomendable Cine Berlanga. Lo mejor fue que volví a creer en que en España se pueda hacer cine de género con esta factura: diálogos medidos, acción muy bien calibrada, interpretaciones tremendamente bien ajustadas al conjunto de elementos.
Llama la atención lo seco y cortante del ejercicio. Urbizu va al grano y no se permite ningún desliz con la emoción o la ternura, simplemente se queda a las puertas. Y de ésto nos puede dar buena cuenta el plano en el que la imperturbable juez Chacón habla con su hijo por teléfono delante de su compañero. Nos quedamos huérfanos del contraplano con la reacción de éste.
Prima en el filme, además, lo visual. Mientras Urbizu estaba metido de lleno en este proyecto asistí a una charla verdaderamente magistral que ofreció con motivo de la presentación de los proyectos de guión premiados por la Comunidad de Madrid. Allí mostró su obsesión por dos temas, The Wire y Michael Mann. Y esa seca autenticidad de la genial serie está aquí, pero sobre todo el Mann de los muertos vivientes, de los personajes que no evolucionan pues solo están esperando cumplir su destino trágico, mientras las atmósferas que les rodean se muestran más vívidas.
Así es este magnífico Santos Trinidad en la piel de José Coronado -fantástico- con su pistola colgando del aro del gatillo. Sus execrables actos, sus acciones en solitario son solo destellos del acero de las batallas de un pasado más glorioso. “No entiendo cómo es posible que este hombre siga en la Policia”, comenta la juez tras entrevistarle y solo el espectador sabrá completamente de la necesidad de su existencia. Él es el Tom Doniphon que hace el trabajo sucio: él tiene que matar a Liberty Valance, aunque nadie pueda percatarse de la heroicidad de la acción. Y de esta manera, el odioso protagonista sin escrúpulos demuestra ser providencial y mil veces más eficaz que sus sucesores.
Resulta llamativo también como Urbizu trata de pasada o solo aporta detalles vagos del pasado del protagonista a través de las conversaciones: ¿cuantas veces tenemos que aguantar esos diálogos tan discursivos que ni en la boca de actores de categoría suenan bien? Lo que aquí logra son apuntes para espectadores a los que les gusta desgranar las cosas mientras dejan que se les cuenten la historia, que van componiendo en su cabeza. Los secundarios son igualmente tratados por encima pero no abandonados a su suerte, que es lo que suele suceder tantas veces en el cine irregular al que estamos acostumbrados: tienen entidad propia y son interesantes.
Con No habrá paz para los malvados, Urbizu demuestra la maestria que ha desarrollado junto a su coguionista Michel Gaztambide para escribir diálogos creíbles y personajes con enjundia. Para ajustar al milímetro las interpretaciones; para, al fin y al cabo, ofrecernos una historia honesta y vibrante. Ahí es nada.
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