Un documental sobre una cueva con pinturas rupestres y en 3D. Suena a National Geographic para salas Imax. Pero la compañía que nos enseñó que el mundo puede ser salvaje sin enseñar mucho los dientes, puede respirar tranquila. No entra en los planes del prolífico Werner Herzog seguir sus poco atrevidas sendas gracias a La cueva de los sueños perdidos (que ahora se estrena), sino más bien continuar refrescando la llamada no ficción con ese toque maestro que le hace saltar de lo grandioso a lo mísero sin despeinarse (recordemos otros ejemplos recientes como Grizzly Man).
El cineasta alemán quiere mostrar al mundo la cueva de Chauvet, descubierta en el año 1994 en Francia y que conserva las pinturas más antiguas que se conocen (de unos 32.000 años). Caballos, rinocerontes, leones o una figura femenina, así como una serie de formaciones de estalactitas y estalagmitas lo convierten en un enclave impresionante que de momento esta vedado al gran público. El 3D no puede ser más oportuno.
Con la voz del propio director -magnífico narrador-, y la ayuda de una banda sonora fascinante, la cinta resulta ser un poderoso imán para nuestros sentidos. Cualquier pequeño brillo en el entorno, cualquier pequeño trazo cruzado con otro puede ser el origen de una gran historia.
Pero no nos perdamos en la obnubilación. Aquí se viene a otra cosa. Una cúpula gótica nos puede fascinar de tal manera que de tanto mirar hacia arriba nos tropecemos con algo en el suelo. Ese detalle también interesa, y mucho, al cineasta.
Y para detalles, el epílogo. Si en su reconstrucción de Teniente corrupto de Ferrara, Herzog se dio el lujazo de un plano desde el punto de vista de un reptil, aquí retoma el contacto con esa especie animal y se permite ampliar la visión hasta ahora ofrecida y de paso dejar su sello, que si no, que dirija otro.
Si el cine debe transformarte, hacerte ver las cosas de una nueva manera, La cueva de los sueños perdidos (que ahora se estrena) se puede considerar una obra imprescindible. Bravo por él.