No se dejarán de oír comentarios como el tan traído “parece una fotografía”. Las salas estarán llenas de conversaciones, muchas de ellas muy poco discretas debido al éxito de público que abarrota la muestra. La promesa de paisajes o rostros identificables en sus cuadros o en sus esculturas parece que otorga cierta tranquilidad al espectador de arte menos curtido en sus múltiples posibilidades. Antonio López gusta y el Museo Thyssen de Madrid ha conseguido hacer de su muestra una de las citas culturales ineludibles de estos meses.
A muchos les apasiona la verdad: la ciudad que conocen representada, lo bien que está reflejada la luz de una bombilla, las viandas dentro de una nevera, la carita de esa niña en ese cuadro o en esa escultura. Pero lo que esa verdad esconde es cierto vértigo y tensión; el hastío de lo que ocurre entre los momentos álgidos del día; el misterio insondable de un rostro, de un cuerpo.
Eso es lo que encontré en la muestra del artista de Tomelloso: una realidad inquietante, una expresión muy sincera que me tocó la fibra sensible. Ese hombre y esa mujer esculpidos están mostrando tanto de sí mismos… Sobre todo ella, con una postura que traduce una profunda tristeza. Las serias féminas de López parecen haberse rendido a la existencia que les ha tocado vivir solo en apariencia, porque ocultan una vida interior muy intensa. Ensimismadas, pero sin perder el contacto con la tierra, bien colocadas en su hábitat. Las figuras masculinas son rotundas y más dialogantes con la realidad. No es de extrañar que acabase trabajando con Víctor Erice en El sol del membrillo, porque el cine de éste último, su manera de reflejar los silencios de la realidad, es muy cercano a López. Esa protagonista de El sur, maravillosa película a la que volver de vez en cuando, muestra que la infancia y luego la adolescencia son muchos callados instantes e incertidumbres, no esa idílica edad que tantas veces se cree ver.
Sus interiores con luz artificial parecen haber captado lo latente, lo que está en suspenso. Luces amarillentas que te sitúan ante una cotidianeidad de la que quieres escapar, como en el Ensayo sobre el cansancio, de Peter Handke: “…el cansancio de estar en una habitación, en las afueras de la ciudad, solo; el “cansancio de la soledad”. También invitan a huir esas vistas de la ciudad de Madrid, que se muestran como laberintos que encierran pequeñas particularidades; una gran masa engullidora pero fantasmagórica e irreal.
¿Es buena idea llevarse alguna reproducción de la muestra a casa? No, esta vez no. Hasta el color de Delaunay quedaría afectado por el trabajo de López y tener cerca algo de Balthus ya es suficiente.
Hermoso texto, enhorabuena una vez más. Escapar de los lugares comunes sin tomar salidas de emergencia es una virtud que sólo los que se toman en serio las letras saben hacer con naturalidad… y resulta complicado decir algo nuevo de Antonio López.
Saludos desde un cine sin acomodador.